Predator: La presa (Disney+)

En primer lugar, hay que reconocerle a Predator: La presa (Prey) su auténtico valor y determinación para hacer algo inherentemente diferente. No, no es especialmente arriesgado hacer una película de Depredador, pero todos los involucrados (incluyendo al estudio que financia la película) se merecen una palmadita en la espalda por coger una figura tan icónica y soltarla en un entorno completamente nuevo como en este caso.

Es cierto, a Predator ya nos lo presentaron en la selva donde un solo hombre luchó con valor para derrotar a este hábil y entrenado cazador. Pero aquí nos encontramos momentos que tienen más en común con una versión de presupuesto más ajustado de El Renacido que con una película de ciencia ficción de serie B. Se trata de romper el molde un poco y La presa lo consigue en parte.

La acción de Predator: La presa tiene lugar en 1719 en la llamada «Nación Comanche», en las llanuras del sur de la actual Oklahoma. Aquí acompañamos a Naru, interpretada por Amber Midthunder (que también es en parte sioux). Ella es una recolectora en su tribu en la que los hombres son los cazadores por tradición, un status quo con el que ella no está de acuerdo. Pero cuando una misteriosa presencia amenaza la seguridad de su hogar, Naru ve la oportunidad de demostrar su valía.

Tras esto empieza una intensa cacería de cerca de una hora y media en la que hay furtivos belgas, una pelea con un oso al estilo de El renacido y un montón de secuencias en las que Naru se queda a un palmo de convertirse en otro trofeo en la pared de Predator.

La bastante acertada dirección de Dan Trachtenberg, la interpretación principal increíblemente sólida de Midthunder y unas escenas de acción bien coreografiadas que, de veras, y repito, de veras, se ganan su calificación para adultos, hacen que Predator: La presa resulte ser una reinterpretación digna de celebración que deja a un lado gran parte del relleno para centrarse en ofrecer una narrativa más simple y vulnerable sin tanta mitología complicada de fondo.

La película trata simplemente de un misterioso enemigo que amenaza la vida de esta mujer y la obliga a defenderse empleando su habilidad inherente para cazar, luchar y aprender. Eso es todo. Aunque los efectos digitales, sobre todo aquellos que no tienen que ver con el propio Predator, pueden parecer un poco cutres, la cinta hace un gran uso de los escenarios, acertados movimientos y posicionamientos de cámara y una buena fotografía en general que aportan al espectador un buen contraste.

¿Cuál es el problema? Pues que, aunque el espectador ya sabe que al fin y al cabo está viendo una película de Predator, no se le dedica ni un solo segundo a explicarles a los personajes el origen alienígena de lo que está pasando. La que podría haber sido una misteriosa amenaza para la tribu queda definida increíblemente rápido, estropeando un poco la primera mitad del largometraje. Naru ve una nave espacial ya en la primera escena y lo identifica con algo divino con un significado mitológico y sobrenatural, pero tal vez habría estado bien que la película hubiese ido más poco a poco, dejándoles a los personajes tratar de averiguar qué está pasando durante un rato antes de convertirse en la presa de este excepcional depredador.

El ritmo cuando la caza se intensifica en la segunda mitad y, gracias a algunos ingeniosos recursos (inspirados directamente por el último God of War) nos encontramos incluso con algún hueco para el humor negro entre costillas aplastadas y columnas arrancadas. En definitiva, Predator: La presa es un éxito que consigue revitalizar a esta icónica figura con bastante maestría recolocándola en un nuevo entorno. No estamos ante la reinvención de la rueda ni mucho menos pero sí que se trata, desde luego, de un buen entretenimiento.